He pensado en estos días sobre lo mucho que
han cambiado las pretensiones para una banda emergente… bueno, y en varios
casos las no tan emergentes (también hay que decirlo). Con frecuencia
recibo  mensajes del típico cabro que
está empezando, pero me frustra  tropezar
con motivaciones tan evidentes y triviales como la der ser masivamente escuchado
solo porque sí, porque se está haciendo rap. Ejemplo práctico, denle una leída
a este comentario posteado
la semana pasada por un usuario en mi canal de YouTube: “Cabros, soy un MC nuevo y me a costao mas que la
xuxaa ser escuchao, pprrfavor pasence por mi canal para ver mis temas, porfavor
denle like a este coment para que mas gente lo veo, ago esto por amor al
artee pero quiero que me escuchen po si es penka aser musica y que no te
escuchan, gracias cabros por leer”. Obviemos por esta vez la ortografía “julista” del amigo (questes bien) y
concentrémonos en la intención detrás del post. Muchos pensarán que se trata de
una parodia, pero no, lo triste es que es tan solo un modelo de entre miles de
la misma horma. Es el sentido que ha ido tomando la entrada musical entre las
nuevas generaciones, probablemente ilusionados por una errónea concepción de lo
que es el éxito al ver que el rap chileno ha reconquistado un curso propio
después de muchos años trabajando desde lo oculto, en donde ahora se puede
hablar sobre sus exponentes como “figuras” dentro de un movimiento, lo que de
alguna forma provocó que la admiración se convierta en idolatría… pero eso ya
es otro tema del que no quiero hablar por ahora.

Internet, así como ha
facilitado la consolidación y esparcimiento de nuestra escena, también ha pecado
en hacer parecer que todo es fácil e inmediato, lo cual se refleja en esos
cientos de raperos novatos que, con sus 
primeros textos y grabaciones, claramente lo que están buscando es una
vía express para ser tan bacán como el rapero favorito de su grupo de amigos. Así al
menos es como lo entiendo yo. Siento que en el camino se perdió un episodio
crucial del que me referiré en las siguientes líneas, aclarando primero que si
el disco debut de los muchachos de Rimatack
Crú  no me hubiera ayudado a llegar a
esa conclusión, probablemente no estaría redactando este artículo.

Por Güissario Patiño.

Típico que dentro de una
misma crew de amigos existía al menos uno o dos grupos de rap, ¿te acuerdas de
eso? Cuando tenían una tocata todos íbamos con ellos. Daba lo mismo si para eso
había que recorrer toda la ciudad o dejar otros compromisos de lado, solo
importaba la instancia y apañar a los tuyos. Solía decirse: “los cabros están haciendo un disco”, y
disco se le llamaba a un conjunto de canciones grabadas durante incontables
fines de semana en la casa de un compadre que dio la mano porque tenía PC “con
tarjeta de sonido”. Esas producciones, conseguidas con portentosa paciencia y
esfuerzo, no pasaban de ser más que joyas de colección para el mismo grupo de
amigos, muy raramente salían de esa intimidad si es que alguien compartía el CD
con algún conocido de otro piño que lo pudiera mover entre los suyos. Eso ya
era difusión (palabras mayores), lo cual se agradecía, pero no se tomaba como
una obligación hacerlo, puesto que tampoco era una necesidad. Cuando mencioné
mi idea de que se perdió un episodio, hablo de este, el de celebrar la acción
solo por el hecho de hacerla. Si tus amigos rapeaban, querías escucharlos
rapear sus canciones en mitad del carrete. Si tocaban en vivo, alguien se
conseguía una cámara para dejar algún registro. Si se sabía que alguno iba a
graffitear, se le hacía compañía, y los que no estaban irían luego de todas
formas para conocer la pieza…y así. A eso me refiero. No había una finalidad
tan superficial como la de hacerse conocido, y lo que ahora se comprende como
groupies o fans, antes se encontraba en el apoyo y respeto sincero de tus propios
amigos. Hoy me sorprendo cuando veo que cualquiera que se disponga a presentar
un primer disco lo hace por medio de sus cuentas “oficiales” en redes sociales.
No se alcanza a madurar un concepto como grupo, integrantes rotan según cambios
de ánimo, pero ya se sienten en el derecho de exigir seguidores. Contrastando tal
panorama, el disco En La Nave de Rimatack Crú
me transportó al contexto de volver a hacer rap por el amor que se le tiene al
Hip Hop, pues si bien seré honesto en decir que está muy lejos de ser el álbum revelación del 2013, veo en su naturaleza la simpleza y
encantamiento del que nada busca que ya detallé… virtud de la que no muchos
pueden hablar con propiedad hoy por hoy.

Rimatack está
compuesto por Nicolás Fuentes y Gonzalo Campos, Dikas y TiroIdeah respectivamente, ambos emcees con 21 años de edad. El
grupo se originó hace siete años en plena etapa escolar. Desde entonces han
pavimentado su camino por la vía propia, siguiendo el proceso idóneo: creando,
grabando y tocando, probando, desechando y renovando, pero sobre todo
conociéndose. Hoy se trata de dos amigos entrando en la adultez, y su proyecto
ya no es una circunstancia de patio de recreo, sino algo que ha crecido y
madurado junto a ellos. En La Nave es el título de su primer
disco, una recopilación que se han reservado durante un buen tiempo y que ahora
decidieron darlo a conocer de una forma más pública.

En La Nave es en su diagnostico todo lo que se podría esperar de un
primer strike, con sus pros y sus
contras. El viaje tiene un despegue impecable, de hecho, creo que la primera
mitad le lleva mucha ventaja a la segunda. Todo se inicia con la presentación extraplanetaria
al más puro estilo de Tielbi con “Fayah”,
para luego dejar caer los primeros rapeos sobre una jugada instrumental de Cafclock, entrando directo con la
explicación que conlleva el código de “En la nave”. Sobre un beat más convencional
“Volver
a empezar” interpreta de una forma más poética la teoría que expuse
sobre la exploración artística en el Hip Hop y asentamiento en ella, rematando con
el one take de “Vale la pena”, rimado
sobre los acompañamientos en guitarra de Jean
Stephen, músico y productor de quien ya
se ha hablado en este blog. Intenciones honestas se dejan ver en medio de
una variedad que nada define como concluyente, sino que goza de la libertad del
experimento y la propia búsqueda.

Rimatack junto a Jean Stephen en La Sombra Del Alma Records

Uno de los aciertos de la producción fue hacerla breve: sólo once cortes, ocho
si descontamos los puentes musicales, entre los que encontramos buenas
creaciones, como “Sar balas”, y otras más malas u obvias como “Volachos”
y “Represent”.
De contenido ambiguo como naturaleza ansiosa de la misma falta de expertiz,
pero que denota la preocupación por darle una atmosfera y propiedad. Creo que
mucho tuvo que ver Jean Stephen (La Sombra Del Alma Records) en la
producción del producto y la mano de Tielbi
(Enellaboratorio) en el resultado
final, para hacer de En La Nave un disco no descartable
en la primera reproducción, sino más bien un sobreviviente de ser catalogado
como otro más del montón.

Con esta primera maqueta vislumbro un génesis. Más allá de ser una pieza de
colección, creo que es un buen precedente para inscribir en lo que se
pronostica como un grupo serio que finiquita una primera etapa, y que
probablemente dará más de qué hablar dentro de los próximos años, porque quizás
hoy podamos reconocer debilidades como baja proyección de voz, coros
redundantes y faltos de creatividad, o identificar con facilidad de dónde
vienen sus influencias; pero todos son criterios remediables, mas no así la
visión rapera de cómo hacer las cosas, algo que Dikas y TiroIdeah traen
incorporado luego de haberlo aprendeido en la escuela correcta: la de la
honestidad consigo mismo y la del Hip Hop como un medio y no un fin.