DOCUMENTAL MADE IN CASA: BRING HIP HOP BACK


Esta semana, gracias a un enlace compartido por el
productor Geoenezetao en su fanpage, di con un documental de rap
chileno que desconocía por completo llamado Made In Casa. Antes de
continuar, creo que aquí es importante reparar en que debido a la escasez de
metrajes en el área documentaria dedicados (seriamente) a la cultura, descubrir
uno de ellos es todo un acontecimiento digno de espectar. Claro, podemos concordar
en que existen varios reportajes audiovisuales de diversa índole, entre los más
comunes están las entrevistas, uno que otro making
off
de producciones discográficas, como también la edición de compactos de algunos
conciertos; pero del género documental propiamente tal muy pocos, y partiendo
de esa premisa concibo que la visión analítica de cada quien, para definir si
una obra es buena o no, pasa automáticamente a ser un filtro crítico si
entendemos que la recomendación es la única vía óptima para el esparcimiento de
este tipo de archivos todavía trasmitidos a la usanza de pasar el dato. 
Del documental que les quiero comentar debo asegurarles que me pareció
particularmente bueno, y bien hecho –que son dos calificativos que no
necesariamente van de la mano siempre—, caso contrario, no me sentiría comprometido
en recomendarlo como indicaba en la idea anterior. Sé que muchos de ustedes puede
que ya hayan visto Made In Casa, pero quiero invitar a los que aún lo desconocían
como yo a que le den una mirada, y así puedan formarse su propia opinión en
relación a él… quién sabe si también les gusta y ayudamos entre todos a que se
corra la voz todavía un poquito más. Y si ya lo has visto, te invito a leer mi
punto de vista, puede que tengas una concepción distinta y sería bueno que
compartas también tu perspectiva al final de estas líneas.
Por Güissario Patiño.


A decir verdad, no estoy muy informado sobre su
realización ni de sus realizadores, pese a que traté de hacer averiguaciones sin
tener mucho éxito. Sólo sé lo que queda a la vista para cualquiera de sus
espectadores: que es un documental registrado en el año 2006, editado y
presentado dos años después, y que la responsabilidad de su existencia estuvo a
cargo de unos franceses que quisieron prensar un análisis de la sociedad
chilena post-dictatorial, basándose en la visión de la escena rapera como
pregoneros populares, sin descuidar en su línea de contenidos el desarrollo del
movimiento Hip Hop de por aquellos años. Visto de esa forma, el argumento suena
interesante, pero tampoco es en eso en lo que me quiero basar, sino más bien en
algunos de los giros que ha sufrido nuestra entidad e identidad desde entonces,
cambios a lo mejor imperceptibles en la rutina, pero que teniendo un registro
de cómo era Santiago y su Hip Hop hace siete años, nos damos cuenta en el 2013
que la cara de la moneda se ha volteado… y no hablo precisamente de un par de
cambios de gobierno.

El Santiago de la
vieja nueva escuela:



Lo primero, pasé a ser de esos jóvenes que por
algunos minutos son capaces de sentirse más viejos si en frente les ponen
imágenes de cómo era la realidad no mucho tiempo a las espaldas. A por fin
entender a mis amigos que, no siendo tan mayores que yo, hablaban de los
noventa a mediados de la década pasada asumiéndolo como algo lejano, siendo que
para mí simplemente habían sido los años de la infancia, y que, a pesar de
haber estado un poco más grande y peludo años después, no veía grandes cambios
en ese supuesto futuro, o al menos mi generación de Dragon Ball Z y WWF,
diferenciada por meses de esa generación de MTV
y Canal Rock&Pop, no era lo
suficientemente “atinada” para notarlo. Es una nostalgia especial de la que
hablo, ligera y a corto plazo, no se compara a la del amigo treintón tirado pa’
cuarentón que si viendo televisión o vitrineándola en un persa se encuentra con
una imagen ochentera, te monta en base a una inocente reminiscencia todo un
estudio sociológico, político y cultural para contextualizarte en sus años
infelices (el infame Tony M. ataca nuevamente). Con Made In Casa me contacté
con un Santiago en otros colores, el del año 2006, todavía con micros amarillas,
metrobuses y vagones de metro despejados. El del edificio Diego Portales que
nadie tomaba en cuenta y no el del GAM como principal factoría de esnobs. El
Santiago que aún no era atacado por la invasión de constructoras como Paz o RVC. El de los tiempos en que una cajetilla de veinte cigarrillos Derby costaba $800, pero por $50 más te
podías llevar una de Belmont, y en el
diseño del paquete todavía no se instalaba la figura de don Miguel ni ninguna
de sus sucesoras y fracasadas advertencias anti-tabaco. El valor del transporte
público bordeaba los $350, pero para los que todavía éramos estudiantes nos
bastaba con un “permiso” o “me lleva por cien” si es que el tramo
era muy largo y no eras tan careraja,
y para el viaje portabas en tu discman
un compilado en MP3 con títulos conseguidos gracias a diferentes fuentes, una
ensalada con de todo un poco en gustos, todo con tal de rellenar los infinitos
700 megabytes que te ofrecía el Zykon de gamba del persa. ¿Me entiendes?
No es un Santiago muy antiguo, pero sí muy distinto al de hoy en día, ya sea en
estructura, estética, habitantes, tecnología o mentalidad… ni siquiera la
televisión sigue siendo la misma. Puede que algunos veintones como yo me den la
razón, que a lo mejor recuerden su primer celular con cámara y la colección de ringtones polifónicos transferidos por
infrarrojo, los nickname de msn con las frases más raperas y
emoticones de cerveza y cigarrillos en los costados, y la humillante vitrina de
exhibicionismo absurdo a la que nos sometimos con los fotologs. La última era de desinformación, en que la música todavía
la bajabas por el Ares a la velocidad
de un taco en Vicuña Mackenna, en un cyber vale decir, porque el internet en
casa todavía no era algo tan común, mientras los que sí tenían se las
arreglaban mejor con el eMule y los
más expertos te nutrían con las papitas que se encontraban en el SoulSeek… todo esto antes de que el
inmaculado Juan Pablo Henríquez,
a.k.a. nozo_files, hiciera un
descenso celestial para mostrarnos el iluminado camino del rapidshare y todos sus derivados (agradecimientos y respetos
compadre JP).

En fin, podría seguir alargándome y ventilando ejemplos varios párrafos más,
pero creo que con lo dicho basta. Fue esa nostalgia la que me provocó este
documental en sus primeros minutos, una recapitulación que no me la había
planteado hasta ahora, y que fue tan sorprendente como necesaria realizarla.
Ciertamente Santiago no es el mismo, de hecho, nada lo es… y el mundo seguirá
girando a velocidades cada vez más radicales, así como nosotros seguiremos
siendo pasajeros inconscientes de este imparable tagadá.

¿Qué pasó cabros?
Antes
eran más chévere:


Mi segundo punto no está tan cargado de romanticismo
reminiscente como el anterior, es más bien crítico, o mejor dicho analítico…
sí, creo que por ahí va lo que quiero transmitir. Al ver Made In Casa quedé interesantemente
complacido. Había olvidado la sólida connotación social que el rap tenía hace
unos cuantos años, cuando el rapero no era alguien que hacía rap simplemente porque
escribe bonito y tiene buen flow, sino que el rapero era otro individuo más
inserto en esta sociedad, opinante de ella con la misma autoridad y consistencia
que la de cualquier ciudadano informado y preocupado de la contingencia de su
país. Me explicaré con este ejemplo: en los primeros quince minutos de
documental tienes a un piño de La Florida carreteando en alguna de sus plazas,
curándose con whisky al mismo tiempo que podían simpatizar con una talla de
humor político leída en el The Clinic, después de eso tienes a Mantekilla Digital haciendo un análisis de impacto psico-social de la
publicidad en Chile, y luego a Ana Tijoux hablando de la pérdida de
herencia y tradición latinoamericana como parte de las consecuencias
ideológicas que trajeron las dictaduras al continente en el siglo pasado.
Sencillamente son opiniones de cada entrevistado, se sabe que cada quien es
libre de tener la suya, pero es a eso a lo que voy: lo fundamental que es tener
una opinión. Hoy se habla mucho del nivel y la calidad del rap en el país, pero
infelizmente no se habla más que de eso. El rap se convirtió en una válvula
individualista y superficial, ya casi ni quedan emcees que sean retratos de una
sociedad, y que se entienda por favor que cuando hablo de retratos me refiero a
una identificación integral, no a la etiqueta facilista de “hacer rap social” teniendo
por contenido un par de tópicos específicos. Ahora casi todo es hablar del “yo”
y de porqué el “yo” se diferencia del resto. Tenemos nivel, claro que lo
tenemos, lo dicen los hechos y lo validan los hermanos de otros países.
Llegamos a conquistar el profesionalismo que siempre se anheló, es más, viendo
el documental puedo decir que Roe,
de El Pentágono, fue un visionario clever en el discurso que citaré a
continuación:
“El rap
tiene que estar en disquerías, controlar la ciudad, estar en todas partes. Esta
hueá
–señalando un kiosko graffiteado— en vez de estar rayada así toda fea, debería
estar con un póster gigante de una tocata de rap. Las micros en vez de tener
afiches de teleseries para viejas, deberían tener auspicios de discos de rap
chileno. Déjense de ser tan mediocres en este país de mierda, déjense de ser
tan rascas. Sudamérica por eso no crece, porque el rap está así por la culpa de
los mismos raperos.”

Recordarán que años atrás esa era una problemática
expuesta recurrentemente, y podemos decir ahora que hay cambios favorables en
cuanto a la seriedad que se buscaba, pero, ¿de qué nos sirve eso si hemos ido
perdiendo la consonancia y la representación como voz de una cultura?

Si Lenwa
Dura
hace siete años, misma época en que Tiro De Gracia se separaba tras casi quince años juntos como
formación, entre los que se coronaron como el grupo más importante en la
historia del rap chileno rompiendo todo record de ventas con su primer álbum,
podía iniciar un tour por su barrio frente a la cámara diciendo lo siguiente:

“Chicas bonitas por acá ya ni quedan, la
mayoría de las que quedan andan con traficantes. Acá lo que más podís ver son
botillerías, porque es lo que más hay en Chile, más que bibliotecas. Los libros
cuestan lo que a uno le sirve para comer una semana, y lo único que le queda a
un pueblo ignorante para desahogarse es el trago.”

En vez de hablar desde el ego de aún ser parte de uno de los grupos más
influyentes en el desarrollo del rap latinoamericano, pudiendo hacerlo con toda
jurisdicción, argumentándose en logros reales… ¿qué impresión podías llevarte entonces
de la cultura del rapero?
Por mí parte, hice el ejercicio de imaginar una situación similar con algunos
de los raperos de ahora, y los vi desfilando ropa por sus condominios,
hablándole a la cámara con la boca chueca y acentos mestizos con complejo de
internacionalidad. Los vi diciendo cosas como “y ahora nos vamos a juntar con los homies”, mientras la cámara
hace un paneo a una ronda de otros raperos igual de conocidos, los vi en el backstage de algún concierto grande a
punto de salir a un escenario con un público de cinco mil personas… pero no vi
el pensamiento ante ningún tipo de hecho o noticia, solo vi rap, colegueo
superficial, o momentos de sinceridad frente a la cámara, fumando sobreactuadamente
un cigarro mientras habla de la humilde forma en que se ha topado con la fama
(a todo esto… por qué les gusta salir fumando en los vídeos?).

Los últimos años me ha tocado conocer y compartir con
varios realizadores audiovisuales, y siempre surge entre conversaciones la idea
de hacer un documental. Como verán, nunca nada se ha concretado, pero sigo
siendo de la idea que esta es la mejor época para producir registros sobre rap
chileno, solo que te frustra un poco los planes la carencia de contenidos que
pueda tener un momento tan histórico y fructífero como el que vivimos, es toda
una paradoja.

Así es como veo que está el asunto. Me gustó la naturalidad y la elocuencia en
la exposición de ideas de los participantes de Made In Casa. Hubo varios
grupos que había olvidado que existieron, que escuchándolos ahora creo que tenían
un potencial tremendo si nos ponemos a pensar en lo que se acostumbraba en la
época, solo que eran otros tiempos y supongo que se les agotaron las ganas de
seguir intentándolo o priorizaron otro tipo de proyectos, no sé… no era tan
fácil como ahora darse a conocer y hacer del hobbie algo solvente. Ciertamente el rap antes tenía como propósito
la comunicación de una opinión, era una radiografía popular y sus emcees
disfrutaban mientras escupían su visión, libres de hostilidades, egos y
competencias. Cuenta la leyenda que algún día fue así, y no hace mucho… quizás
aún sea tiempo de recuperar esa naturaleza.
 MADE IN CASA – DOCUMENTAL RAP CHILENO

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