17 años del histórico primer concierto de Nach en Chile en el Teatro Caupolicán

17 años del histórico primer concierto de Nach en Chile en el Teatro Caupolicán

Este texto personal lo escribí hace dos años en la micro como un post de Facebook, y como me gusta mucho, hoy lo traigo hasta aquí con imágenes que recopilé en internet para quien quiera revivirlo.

Un lindo recuerdo de la época en que la música todavía era un fenómeno más orgánico que viral.

Por Darío Gutiérrez (a.k.a. Güissario Patiño).

El debut de Nach Scratch en Chile y mi primera experiencia en el Teatro Caupolicán. 

Con mi amigo Sebastián nos habíamos ido a comprar la entrada a la Feria del Disco de Paseo Ahumada, cada uno con sus $6.000 bien guardados en el bolsillo. Éramos unos quinceañeros y nos fuimos hasta Santiago Centro desde San Bernardo después del colegio, ansiosos y apurados para alcanzar a hacerlo.

Mientras hacíamos la fila para adquirir nuestro ticket, veíamos cómo la versión 2.0 de Makiza se acomodaban para ofrecer un mini concierto y firma de discos porque lanzaban su álbum Casino Royale. Ahora googleé ese detalle y confirmo que fue un jueves 20 de octubre.

Yo, que me crié en el sur y llevaba mis primeros años en Santiago, era como un mito verle la cara al Seo2 y compañía. Los miraba de reojo con timidez, pero también haciendo como que no me importaba, porque en esos años nos configurábamos que así debíamos ser. Logramos nuestro objetivo y guardamos nuestras entradas “como hueso santo” en un lugar seguro hasta el día del concierto. Claro, no contábamos con el cobro del recargo, pero, afortunadamente, el Seba o yo teníamos unas monedas adicionales para costear esa diferencia. No nos quedamos a ver a Makiza. Nuestro objetivo eran los tickets para Nach en Chile y volver a casa no tan tarde para no arriesgar perder el permiso para el concierto. Igual ese disco de Makiza nunca me sonó al Makiza que años antes me cautivó.

Ese día del concierto cayó domingo. Nos juntamos después de almuerzo en el centro de San Bernardo con un par de amigos más del barrio, el Manolo y el Mito, y partimos hacia allá. Estábamos nerviosos. Era la primera vez que íbamos al Teatro Caupolicán y éramos bien pueblerinos todavía. El Mito era el mayor, ya se manejaba mejor en Santiago y lo seguíamos como el adulto responsable. Recuerdo que ese mismo día fue la primera vez que nos subimos a los buses oruga del Transantiago cuando hacían su marcha blanca. Era todo un espectáculo jugar en el tagada del centro y hacer bromas con la longitud del bus. Todo parecía sensacional. Pendejos los cuatro empezabámos a desmitificar aquello que disfrutábamos y compartíamos en nuestros estuches de CD’s piratas, saltar de las tocatas locales de gimnasios y multicanchas a un concierto grande.

Logramos llegar y todo era novedoso. Intentamos encontrar la que nos parecía la mejor ubicación. Al fondo, bien arriba del gran teatro, del centro un poco hacia la derecha del escenario. Veíamos y ecuchábamos todo bien, según nosotros. Éramos niños en cierta forma, necesitábamos sentirnos seguros, porque el público de rap en Chile en ese entonces no era lo que fue años después. Igual había que andar vío, si alguien sentía que lo mirabas feo igual podías meterte en un trompeo en el que no tienes ganas de estar. Un compa de dreads que estaba delante nuestro de encargó de volarnos con el humo de todo lo que se fumó solo durante el concierto.

Credencial de Jimmy Fernández

Juntábamos plata entre todos a ver si comprábamos algo para beber, que era muy caro para nuestra mente adolescente que en aquel entonces aún podía comprar 3 litros de Balticas por luca en la boti del “Genaro”, por ejemplo, pero entre todos hacíamos plata para un par de vasos y así refrescarnos de esa sensación de adrenalina y sofocamiento de nuestro primer gran concierto. Debimos ser más de 6000 personas ahí. Hubo quienes se lanzaron sin miedo desde la galería hasta la cancha. Yo nunca había visto tanta gente reunida. Vimos pasar telonero tras telonero.  Vafe Jhous desde Valdivia con un joven Dj Keizen, Search, (el regreso del mítico) Sqb y la ZNC, los deejays Seltzer y Spacio. Todo se volvía eterno, pero se difrutaba. Jimmy Fernández impecable en la animación.

De pronto sale Jotadroh, quien se perfilaba entonces como una de las revelaciones del nuevo underground chileno. Le acompañaron Geoenezetao, Dj Tee y Dj Dacel. También subió a sus compañeros de Pr1mer Mandamiento y a On Toro.

Droh era un mito entonces, más bien la cara que ocultaba bajo esa capucha. Sus canciones no oficiales daban vueltas en discos compilados, y, puede que sea mi falta de experiencia, pero creo que con su show demostró que algo iba a cambiar en el underground nacional.

Básicamente se comió todo el público, sin sellos detrás, sin un disco editado, sin nada más que esa cosa que nos hizo encontrarnos a todas las personas presentes, que ya sabíamos de sus canciones y con el ego rapero de entonces que no nos permitía demostrar interés o atención por los nuestros, de alguna manera le torció el brazo a eso y fue bien aclamado.

Quizás el peak fue cuando, justamente después de “La habilidad en el micrófono”, invitaron a Sqb y lanzaron por primera vez en vivo “Viejos habitantes”, aquel clásico inmediato que después rulaba por programas como Soulseek, MSN y el Ares.

Nach lo acompañaban los alicantinos de Arma Blanca. Uno escuchaba las conversaciones de la gente que estaba sentada cerca tuyo: “El que más respeto es a Lom-C decía uno”, mientras otro agregaba “Yo quiero ver a Dj Joaking, porque rapea, baila y scratchea”. Los cuatro AB sacaron lo mejor de su álbum R-Evolución que tenía gran aceptación entonces. Conquistaron bien, según recuerdo, pero ya llevábamos varias horas y queríamos ver a Nach Scratch.

Y llegó el momento. Cambian el mantel del deejay y el logo de Arma Blanca es reemplazado por el de Nach, quien de pronto aparece en medio de una ovación como nunca más he visto. Vestía la camiseta de Chile del Hogar de Cristo. De alguna forma eso le jugó bien. Los AB se quedaron haciéndole la segunda, o sólo Lom-C, no recuerdo bien. Su concierto fue una antología de sus dos primeros álbumes profesionales, los que llegaron aquí, En La Brevedad De Los Días y Poesía Difusa. Era extraño el calor que se sentía, más por un artista español y en aquellos años tan dogmáticos aún. De alguna manera entendimos que si éramos muchos era porque nos unía algo fuerte.

Coreamos todas esas canciones. Los raperos jugaban con el público. Lo recuerdo y parece gracioso que en los estribillos femeninos inviten a las mujeres presentes a corear conjuntamente. Algo muy del rap de ese tiempo. Era un concierto que nadie quería que acabara, o quizás era mi sensación de niño viendo todo como nuevo. Nach lloró casi al final del concierto viendo el amor que le devolvía toda esa masa interminable de gente. Algo inédito, podría decirse, y que marcó precedentes tanto para los conciertos que le sucedieron y también para la forma en que empezaron a llefar los siguientes artistas de su país hasta acá, un público que dejaba de ser tan underground, que llenaba sus conciertos quizás más que en sus propias tierras.

Si bien internet ya facilitaba el tráfico de información, no había tanta inmediatez en las fuentes. De hecho, la noticia de un tercer y cuarto disco de Nach, Ars Magna / Miradas, fue anunciado en ese concierto, confirmando que saldría al mercado en un par de semanas. Desde entonces podría decirse que su carrera nunca más fue la misma, pasó a un nuevo nivel, y queda ese concierto en la memoria como algo único e irrepetible.

Con mis amigos debíamos irnos y buscar locomoción a tiempo antes de que quedara la cagá, porque así éramos los raperos en esos años, probablemente las micros recién estrenadas no pararían por miedo a ser rayadas y apedreadas y habría que caminar mucho para encontrar algo que nos lleve de vuelta esa noche hasta San Bernardo. Al día siguiente teníamos que ir al colegio y ésas eran las preocupaciones. Mientras salíamos, Nach alcanzó a compartir una última canción: “Mi propio cielo”, un adelanto de Ars Magna. Me quedé a verla y la vacilé desde ahí y para siempre, aunque ahora me parezca cursi el contenido, queda esa primera impresión, la que repetimos muchas veces con mis amigos esas tardes de Balticas recordando andanzas adolescentes, como la de ese concierto que quedó en la retina de mucha gente.

Cuando hice mis primeras entrevistas, años después, recuerdo a Mc Unabez hablar de ese concierto en una de sus respuestas. Entendí que no había estado tan loco yo, que lo que pasó ahí nos cambió el chip a toda una generación para entender que estábamos para cosas más grandes. Que no habían límites, y que ese Nach humilde que llegó con solidez y también vulnerabilidad a darle cara a toda esa gente, podía ser cualquier cabro o cabra de barrio, ser alguien grande, pero a la vez cercano. Creo que eso se ha confirmado, sobre todo, en los últimos años. Le tengo cariño a ese concierto.

Guardé el ticket como recuerdo hasta que se perdió en una de las tantas billeteras que he perdido. También me llevé el N° 63 que despegué del asiento en el que senté en los interludios entre grupo y grupo. Un niño descubriendo el mundo y queriendo congelar el tiempo, claro que sí.

 

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