No había tenido la oportunidad de ver a Kase.O en concierto desde su venida junto a Los Magnéticos al Festival Frontera en noviembre del año 2015. Aún conservo el recuerdo fresco en la memoria de su presencia todopoderosa entre luces direccionales y flashes fotográficos, dominando sonriente una infinita multitud que permaneció expectante para acompañarle hasta el cierre del extenso festival, y pese a esa imagen aún tan viva y latente, siento que sólo conocía una vieja versión de un entonces ya experto y maduro Javier Ibarra. Y es que al año siguiente lanzó El Círculo, su debut solista, probablemente uno de los álbumes más esperados en la historia del rap hispano, teoría que se valida con una gira que se prolongó por dos años sumando un centenar de conciertos en al menos diez países, precedente y experiencia que abre otro capítulo más en su sinigual historia.
El fenómeno Kase.O hace mucho tiempo se desmarca de la exclusividad de seguidores de un grupo prodigio como lo que consolidó con sus compañeros en Violadores del Verso. Su inquietud musical ha sabido ir más allá, muchísimo más allá, trascendiendo incluso en forma y fondo lo estricto del oyente de música rap sin necesidad de dejar de hacer rap para alcanzar a las masas, agotando conciertos en salas de distintos países con un público fiel y diverso que conecta con su música y filosofía, en directos donde, sobre todo, prima en su figura la vitalidad y esencia del rap en plena forma, independiente de tener a RdeRumba en los platos de fondo, la delicadeza del violín de Ara Malikian o bandas como Los Magnéticos o Soziedad Alkohólika musicalizando sus versos con jazz o rock duro, respectivamente. Javier Ibarra siempre son barras.
El Círculo es un trabajo al que le tengo demasiado cariño. Su llegada en septiembre del 2016 acompañó la noticia y espera de la venida de mi hija y todo lo que conllevó, personalmente y junto a su madre, aquel proceso, por lo que esas canciones registran en mi configuración interna muchas de esas dualidades e intenciones. De hecho, a pocas semanas de su nacimiento, en mayo del 2017, se concretó su primer concierto en Santiago frente a las 1.500 personas que repletan el Teatro Cariola. No pude asistir porque realmente mi cabeza estaba en otro sitio, lejos de aquella fatiga que significa tratar con productoras persiguiendo una acreditación para demostrar que hago esto que hago de esta forma en que me gusta hacerlo. Un año después, en abril del 2018, la gira de El Círculo regresó, ahora para hacer frente a las 3.000 personas que llenan la capacidad del Teatro Coliseo. Como no tenía para las entradas, porque vivo de hacer esto que hago de esta forma en que me gusta hacerlo, esta vez sí quise jugármela por la cobertura e intentar demostrarle a la producción del evento que hago esto que hago y que de la forma en que me gusta hacerlo probablemente nadie más lo haga, pero no tuve éxito. Me quedó la espina clavada de comprobar con mis propios sentidos el poder de este nuevo Kase.O protagonizando su propia obra.
El viaje extraterrestre de El Círculo aterrizó sus emociones y recargó baterías luego de la gira. Los resultados y testimonios de tan particular proceso se compactan en el documental Dentro del Círculo, del cual liberó un par de capítulos gratuitamente a principios del confinamiento del 2020.
Ya levantadas las restricciones, a mediados del año 2021 comenzó en España la gira por el décimo aniversario del proyecto Kase.O Jazz Magnetism, el cual estuvo en pausa desde el 2015 tras varias giras por el mundo desde su debut en el 2011. La ventaja de este concierto de celebración es que incorpora la riqueza, variedad y calidad del Kase.O posterior a El Círculo y el resultado del ejercicio de llevar una propuesta tan personal ante el medio millón de espectadores registrados en su exitoso tour. La nueva gira de aniversario se ha extendido por casi dos años recorriendo los principales escenarios de los países a los que ha llegado. En medio de este periplo, Kase anuncia un retiro indefinido de los escenarios para cuando acabe su itinerario, cuya última etapa se ha desarrollado por América Latina este mes de marzo. El concierto de Santiago se confirmó con más de medio año de anticipación y esta vez el escenario escogido fue el del mítico Teatro Caupolicán, coronando otro sold out, pero ahora ante las 6000 personas que se necesitan para que el público del recinto cobre la vida y fuerza que caracterizan a los legendarios Caupolicanazos.
Debido a la última experiencia, no me animé en buscar acreditarme como medio para hacer en este concierto esto que hago de la forma en que me gusta hacerlo, pero sin necesidad de convertirte en un spam publicitario para validarte, sin embargo, en un impulso espontáneo, un par de días antes del concierto me animé y le escribí al señor Ibarra si dentro de sus horas por el país estaba la posibilidad de acercarme y hacerle esas únicas dos preguntas que quiero hacerle en esta etapa de su vida previo a su merecido descanso. Nada se pierde preguntando, pensé y le dije. Muy amable me respondió que actualmente no estaba dando entrevistas, pero que lo agradecía, porque, cito, “admiro mucho tu trabajo”. Siguiente mensaje, “¿Ya estás acreditado para el concierto?”. Le confesé que no, si acaso me invitaría a vivir la experiencia: “Mándame tu nombre completo y el de tus acompañantes. Es un honor invitarte.”
Llevo los últimos meses derivando en la desmotivación y el existencialismo crónico si vale la pena seguir persistiendo en esto que hago de la forma en que me gusta hacerlo o lo dejo hasta aquí atesorando lo maravilloso que me ha dado sin contaminarme más por aquello que te desvía de lo esencial, pero que es tangible y funcional. Señor Ibarra, si usted llegara a leer esto, sepa que tres simples frases suyas que no están en sus canciones bastaron para recuperar el norte y sentir que, por esas mínimas conquistas, vale la pena insistir todavía un poco más. Gracias por su humildad y humanidad, cuya grandeza, y sin considerar proporciones, en mi país a muy pocos referentes les he visto cuando llega algo de reconocimiento. ¿Y qué no es si no esa autenticidad lo que le da credibilidad a todo lo bonito que pueda decirse en letras? Acepté su invitación y me di el trabajo de reunir a quienes consideré serían los más indicados en tan honorable desafío.
Esa tarde previa al concierto me correspondía ir a buscar a Elisa a su colegio. Caminando de la mano le pregunté si recuerda a Kase.O: “¿El que canta cuánto más amor das…?” – me responde con duda. Le choco su pequeña mano y veo su felicidad viendo la felicidad en mi rostro mientras le cuento resumidamente esta historia. Está a pocos días de cumplir seis años. Me gusta que su crianza coincida en esta época en donde mensajes como “puedes lograr lo que quieras esforzándote” le sean tan cercanos y entendibles mientras se ejemplifiquen con hechos. Más tarde, cuando la fui a dejar donde su madre antes de irme al concierto, me abraza y me lanza su poder. Ahora de mí depende describir un concierto de Kase.O como siempre me habría gustado hacerlo, validándome solo ante quien me interesaría validarme. No, no tú, Javi, pues “todo lo que hago es por un beso de Elisa”.
Por Darío Gutiérrez O. (a.k.a. Güissario Patiño).
Fotografías por @sebamunozvillablanca.
Audiovisual por Dan Espinoza (@nadiesabepro)
“Qué buena fiesta en Santiago”:
Lo anterior lo escribí la mañana posterior al concierto, pero tenía programado un viaje para esa misma tarde que me tuvo fuera de Santiago y mi espacio de escritura por cuatro días, entonces, entre hacerlo apresurado y hacerlo como me gusta hacerlo, entendí eso de que “hagas lo que hagas, hazlo bien”. Retomo el texto.
Llegué hasta la estación de metro Parque Almagro y en sus alrededores extendiéndose por las siguientes tres cuadras sólo éramos personas encontrándonos para dirigirnos al concierto, sin disimular ni reservarnos nuestra ansiedad y efusividad por lo que nos esperaba. Kase.O es nuestro lenguaje común. La mayoría nos vemos sobre los 30 años, mantenemos un espíritu adolescente. Tal vez ya no necesitamos vestirnos exageradamente como raperos para identificarnos en un concierto, y en nuestro aspecto siento que estamos envejeciendo bien, de la mano con la música y autores que representan y acompañan nuestra generación. Filas afuera de las botillerías aledañas, otras más larga dándole la vuelta al histórico teatro para ordenar el ingreso y en las inmediaciones un variado merch no oficial agotándose como pan caliente.
Horas antes del espectáculo ya estaba confirmado el sold out, y al ver esa multitudinaria efervescencia alrededor del recinto se me hacía inevitable repasar esas barras certeras del Toteking en el “Escupiéndolo”: “Terminas el show y te haces fotos con todos, pero hay 200, bro, inténtalo cuando metas las 7.000 del Kase.” La evolución del legado de la factoría Rap Solo en Chile ha sido progresiva y a base de constancia y trabajo dedicado. Recuerdo allá por el año 2008 cuando me escribió simpáticamente un tal Leo Valeria para darme un par de entradas de cortesía al show que montó con Violadores Del Verso en tiempo record con su entonces incipiente productora. Resulta que el cuarteto aragonés estaba de gira por Sudamérica y el único concierto agendado para Chile sería en Antofagasta, una accidentada jornada que terminó cancelándose el mismo día. Esos días, desde un cyber-café creé un grupo de Facebook llamado “Yo EXIJO a Violadores del Verso en Santiago” al que espontáneamente terminó sumándose la cantidad necesaria de personas para en dos semanas programar y vender las entradas que colmarían la Kubix en otro legendario registro. Por eso mismo me escribió el señor Valeria, y su productora hoy en día lleva el nombre de Transistor, la cual ha tenido desde esa improvisada fecha en Recoleta la exclusividad de producir en Chile los conciertos de Violadores del Verso – juntos, separados o revueltos— sumando al presente al menos una decena de memorables jornadas con los virtuosos, cada una superior a la anterior, pero hasta ahora ninguna tan ambiciosa como la que se celebró este 23 de marzo en Teatro Caupolicán. Agotar esa cantidad de entradas de alguna manera era un triunfo colectivo entre el equipo de la banda, la producción del evento, y, desde luego, sus fieles.
Entre el caos del acceso logramos reunirnos con el fotógrafo Sebastián Muñoz Villablanca y el audiovisual Dan Espinoza, mis compañeros de misión. Verificamos que, efectivamente, Javier Ibarra nos anotó en su lista de invitados. Agradecemos a la vida ese honor e ingresamos. Ahí cada quien a su sitio. Yo sólo quiero estar en un lugar cómodo y disfrutar este concierto terapéutico en compañía de mi hermano del alma Leo Domínguez, conectados escuchando a Javat como incontables veces lo hicimos en procesos felices y también difíciles de nuestro crecimiento personal.
Sea frente a 1.500, 3.000 o 5.000 personas, el sentimiento que gira en torno al legado de Kase.O en sus diversos proyectos es ferviente y ruge con la misma intensidad independiente de la capacidad de la sala que desborde. Esta vez la ceremonia se sentía no sólo como un concierto más, tal vez como una graduación que condense lo mejor de sus distintas etapas en una sola fiesta que no dejaba de tener tintes de despedida ante el anuncio de su retiro indefinido de los escenarios. El Caupo por dentro pasaba de lleno a repleto, desfilando los olores de las distintas cosechas propias de la época para amenizar la espera.
Afuera la multitud desafinaba en cantos llamando al ilustre rapero zaragonzano: “Oh, dale Kase.O…”, sonaba repetidamente alcanzando tonos cada vez más altos, mientras que en camarines se respiraba un ambiente de calma rematando detalles para lo que venía. Algunos ajustaban sus prendas y probaban otras antes de salir, otros daban los últimos toques a la afinación de sus instrumentos. La tranquilidad se mantuvo hasta la hora de dirigirse al escenario, donde en cada segundo cobraba más intensidad la energía del público que afuera esperaba. Ese instante fue definido por el staff de la banda como una caldera u olla a punto de reventar.
Con 25 minutos de retraso de lo anunciado, específicamente a las 21:25 horas, se apagan las luces y el coro popular se hacía una sola voz de proporción titánica. Acto seguido, el baterista Dani Domínguez, el percusionista Juan Rodríguez, el guitarrista Dani Comas, el bajista Juan Pablo “JP” Balcázar, y el hombre orquesta a cargo del saxo, teclas, pandero e intervenciones de voz, Hugo Astudillo a.k.a. MC Escandaloso Xpósito; aparecen en escena y toman sus respectivas posiciones. Bastaron tres minutos de musicalización de Los Magnéticos para conectar con el público y armonizar su expectante energía que resplandecía como las pantallas de sus teléfonos alzados buscando inmortalizar el inicio de un viaje que prometía ser épico, activando las emociones en cada intervención sonora con la característica cortina del sello “R-R-R-R-Rap Solo”.
De forma natural y sencilla, pero enérgico en presencia, Kase.O hace su ingreso por un costado del escenario, desatando el entusiasmo de quienes les esperábamos. Con la tranquilidad de la palmera que se dobla, pero aguanta el huracán, Javato Jones nos introduce al clima del concierto por el décimo aniversario de su aplaudido proyecto discográfico y musical Kase.O Jazz Magentism:
“Vamos a pasar una noche increíble. Vamos a alimentar el espíritu, vamos a alimentar la mente, vamos a usar el cuerpo y expresarnos corporalmente. Es un verdadero placer estar aquí con todas vosotras y vosotros.”
Inicia saludando con admirable serenidad frente a un Caupolicán reactivo a cada una de sus palabras, destacando ante todo su gratitud a Dios, a su banda y sus técnicos, así también a su familia, su compañera Muna y su hija Aliyah, y la oportunidad de reencontrarse con su público “inteligente, creativo y libre” en Santiago de Chile. Advierte que habrá espacio para revivir clásicos de Violadores del Verso, pidiendo un paz, amor y ruido por sus compañeros de sello en Rap Solo: Lírico, RdeRumba, Sho-Hai y también Xhelazz.
“¿Estáis preparados para soñar, para elevar el espíritu? También a quien le sirva llorar, que llore esta noche, es necesario llorar. Nunca te fíes de alguien que no llora nunca” – sentencia.
Inicia el show. La energía comienza a elevarse con la interacción de jugar junto al público que entonaba de fuerte a estridente el final de su entrada en “Filosofía y letras”: “El micro y yo, historia de un amor loco. Yo era un romántico, me llamaban… KASE.O”. Ibarra cogía esa energía haciéndola tangible entre sus manos para dispersarla con movimientos corporales por todo el lugar. Suena inmediatamente “Libertad” y la masa cobra la fuerza de una marea incontrolada saltando en conjunto y haciéndole las segundas voces. Los juegos de luces y los espasmos del emcee correspondiendo cada intervención de sus compañeros de escenario concentran la atención en el espectáculo de entrada que finaliza con un llamado de libertad, paz y amor para el Pueblo Mapuche. Llega el turno de “A solas con un ritmo” y el saxo protagónico del samurai Hugo Astudillo interpretando la sensible melodía de “Las Vegas Tango” del Individualismo de Gil Evans nos conmueve. Kase sigue en su propio trance físico e incluso se suma a la musicalización con su cencerro, mientras la multitud le segundea repasando aquellos escritos del LP debut de Violadores del Verso, Genios, que en junio próximo celebra ni más ni menos que 24 años. Toda una vida en nuestras vidas.
“El Hip Hop me salvó la vida”:
El Círculo hace su primera aparición con “Esto no para”, descolocando rápidamente la solemne atmosfera que ahora transforma a la masa en un mosh que responde al contenido de protesta y la pauta musical esta vez dirigida por las guitarras afiladas de Comas y los tambores de Domínguez. Nada está premeditado, todo es reacción espontanea y hace que el despegue siga siendo perfecto. Nos desinhibamos en el calor del público e Ibarra agradece al rap, a la música y al Hip Hop por salvarle la vida, reparando en los huevos que tuvo que echarle para llegar desde su timidez adolescente hasta este presente: “Viva el rap”, decretamos junto a él.
El repertorio circular continua con “Yemen”, que destaca por las limpias y uniformes segundas voces de quienes le acompañamos. El clima vuelve a la serenidad, las teclas de Astudillo se hacen ideales para bajar las revoluciones, encender otro faso o terminar de empinarse la cerveza. Sin romper la clave del reggae, Versátil se luce con un beatbox que introduce al tempo de la próxima entrega, un desfile de flows llamado “Pavos reales”. El público reacciona al estribillo siguiendo con sus manos, mientras que en off se escuchan algunos recatados apoyos. Acaba el primer párrafo y sobre la marcha invita al escenario al rapero local Jonas Sanche que esperaba su turno desde un costado, entrando pausado para ser recibido calurosamente. De su último álbum, Da Knowledge, idóneos habrían sido párrafos como los de “Super fly” o “Ready” para acoplarse al mood, pero no se fue a lo predecible y apostó de buena manera por las barras y actitud del sencillo que da título y definición a su placa, lo que se aprecia en detalles como: “Si hablo de métricas, Kase.O y Jonasty. Saludos a los Violadores, tres de los más Genios aquí”. El anfitrión de la noche aleonaba a la audiencia reaccionando a los wordplays de Sanche haciendo más memorable la instancia.
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Desde la primera vez que escuché “Pavos reales”, donde originalmente colaboran El Hermano L, Shabu One Shant y McKlopedia, siempre pensé que ahí pudo además entrar y surfear perfecto un flow como el de Chystemc, y así como en la Blondie en abril del 2014 Kase.O Jazz Magnetism nos dio el lujo de invitar a su escenario Hordatoj y Epicentro –y el día anterior a Portavoz—, tuve la esperanza de una posible segunda aparición nacional con el floridano entrando suelto en guayabera, pero quizás eso sea en otro tiempo y de otra manera, quién sabe, aún así, Kase se da el tiempo de valorar y felicitar a la escena de rap nacional, validando que éste es su momento, aprovechando de reconocer nombres como los del ya mencionado Chystemc y también Flor de Rap, además de llamar a valorar el legado de grupos emblemáticos como Tiro de Gracia y Panteras Negras, recordando de estos últimos sus andanzas cuando junto a Violadores del Verso visitaron Chile por primera vez en noviembre del 2003 y se presentaron en el gimnasio de Pudahuel, además de otras icónicas fechas en Sala SCD y Galpón 6.
“Creemos en la música, aunque no recemos siempre.”
Apenas llevamos media hora de concierto y hay quienes ya se quitan las camisetas. Sudamos la intensidad de esta primera parte y estamos contentos teniendo claro que recién comienza y lo mejor es lo que queda por venir. Nos dejamos llevar por las pegajosas voces de “Mazas y catapultas” y las guitarras protagónicas de Dani Comas. Lo siguiente es el saxofonista y tecladista Hugo Astudillo saliendo de su rincón donde estuvo haciendo música sin parar para situarse en medio del escenario, coger el micrófono e interpretar el single que le da su a.k.a. como MC Escandaloso Xpósito, añadiendo al hipnótico ritmo auspiciado por sus compañeros (con Kase.O incluido en el pandero) sus versos en “Gaviotas”, creación compartida junto a Dano que forma parte del reciente álbum del rapero argento-español El Hombre Hace Planes, Dios Se Ríe.
Se detienen los instrumentos por un par de minutos y el sonido del rap estricto vuelve con un extracto de “Pura droga sin cortar”. Las reminiscencias de Violadores del Verso continúan con una reversión instrumentada del clásico “Ninguna chavala tiene dueño” que trae en respuesta un oleaje de manos siguiendo el pulso musical.
“Amor y poesía son la antorcha que alumbra la nada”:
La calma y el dialogo se recupera con el punteo de guitarras de Comas interpretando la melancólica melodía de “Aguaviva” creada por Poetas Andaluces en 1970, la cual le dio alma a la producción del himno “Affirmative action” con el que Nas presentó el debut de The Firm en 1996 y que a la vez inspiró la reversión de Los Magnéticos para revivir los versos de Kase.O en “Billete de ida hacia la tristeza” escritos para su colaboración con Míos Tíos en el 2001. Quien conoce de los conciertos de Kase.O Jazz Magnetism sabe que cuando suena esta cortina es porque se aproxima uno de los puntos más emotivos o célebres de la jornada.
“Vamos hacer este experimento, porque sé que funciona. Quiero que penséis en alguien de vuestro círculo que quizás lo esté pasando mal, quizás alguien que esté enfermo en tu familia. Quiero que lo visualices feliz, sano y cerca de sus objetivos. Quizás tú tampoco estés pasando un buen momento. Dedícate este momento, esta energía que vamos a crear aquí para sanar, porque la energía sana, el amor sana, la música sana. Vamos a visualizar a esa persona y a la cuenta de tres decimos PAZ.”
El ejercicio se repitió pidiendo por los enfermos en hospitales y también por los privados de libertad en las cárceles, pues “todos la hemos cagado en esta vida, nadie es perfecto, y todos necesitamos amor y una segunda oportunidad”. También recordó al Pueblo Mapuche, que no nos olvidemos de ellos, que luchemos por su paz y respeto, y en general de los pueblos oprimidos, mencionando también a Palestina. Y así inició la musicalización de la banda para uno de sus textos más sensatos y sensibles escrito cuando Javi apenas tenía 20 años. Acaba y el público agradece con emoción, mientras Kase nos recuerda que somos la luz que ilumina nuestras familias y nuestras vidas, que podemos cambiar el mundo si cambiamos nuestro mundo, confirmando que, si estamos vibrando con su concierto, ya tenemos esa información y es nuestra. Y, siguiendo la tradición, abre el telón para un segundo párrafo, llamando a un invitado sorpresa directamente desde Zaragoza ciudad: Shariff el increíble.
Coincidentemente, Shariff Fernández, recordado por proyectos insignes de ZGZ como Fuck Tha Posse y Tr3s Monos, se preparaba para su primer concierto en Chile, que sería en Club Chocolate un par de días después de lo que estábamos viviendo. Antes de lanzar sus barras, se tomó la licencia para agradecer a Kase, con quien comparte generación y la distintiva escuela poética de su ciudad, valorando lo que significa “poder cantar en Chile junto al Javi y Los Magnéticos”, tras ambos coronar tres décadas dedicadas a la música. Se lanza con los versos de “Flor de cerezo” de su álbum Bajo El Rayo Que No Cesa y conquista a la audiencia abriendo las expectativas para lo que será su concierto debut. Kase lo despide, no sin antes agradecerle y reconocerlo como “la poesía hecha persona.”
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Otro instante de calma vuelve a apoderarse del Caupolicán. Las luces enfocan a Comas, pero a la armonía de sus cuerdas se le suman paulatinamente platillos, teclas, percusiones, maracas, cencerro y muchas sensaciones. Se dibuja la melodía de la sinigual creación “Repartiendo arte”, y sin mayor introducción, saltándose el estribillo, Javato Jones vuelve al micrófono para invitarnos de lleno al multidimensional viaje que conducen sus antroposóficos escritos. Me transporto a ese instante mágico en que oí por vez primera esa genialidad y lo que fue experimentar la percepción de la perfección, me conecto con ese lugar y época y por los próximos cinco minutos estoy solo levitando en medio del teatro. Retorno de aquel estado meditativo con el inmediato amanecer de “Como el sol” cuyo groove le sucede sin un segundo de respiro. Ahí somos un océano de energías resonando en el clap de nuestras palmas sincronizadas que se elevan al infinito en el colectivo solfeo final:
“Sois maravillosos y maravillosas. Sois perfectos tal como sois, eres perfecta tal y como eres. Sois criaturas maravillosas. Habéis venido al mundo a brillar, habéis venido al mundo a experimentar el amor. Es lo único que importa, todo lo demás es ilusión. Te amo, te quiero.” – concluye.
El baile prosigue con “Boogaloo a.k.a. Tarántula” que llega junto a una fanática que quiso abrazar al emcee filtrándose en el escenario. Sin perder la concentración, la fiesta alcanza otro punto alto y cada músico protagoniza su momento en dicha fusión de estilos. Para no enfriar el ánimo llega el caliente “Mitad y mitad” con una musicalización inspirada en el electro rap de los ochentas. La interacción es plena con el público y Javat nos deleita con sus pasos robotizados sin evidencia alguna de agotamiento tras más de una hora de rapear, cantar y bailar sin pausa. El clímax y descontrol lo auspician creaciones más actuales, como “Ringui dingui” y el necesario descargo popular gritando “fuck gente” con “Señores del Brunch”.
La excitación es demasiada y repasando lo vivido durante la noche hasta entonces era improbable saber qué vendría. Retorna la penumbra, Javi desaparece de la escena y comienza a prepararse el colchón hacia lo próximo. El loop simple y reiterativo de los músicos nos indica que es “Basureta”. Vuelve Ibarra, ahora con una camiseta más fresca y la luz cenital se posa sobre su figura sentado en una silla casi al centro del escenario. Qué belleza esa sutileza de encarnar la depresión sin caer en un cliché descriptivo y autolamentativo. No queremos acompañarle a cantarla, queremos vivirla con él, indagar en nuestros propios demonios e historias para hacerla propia. Entender que somos o hemos sido aquello, y que, a pesar de lo luminoso de su discurso durante los noventa minutos que llevamos junto a él, ante todo somos emoción, esencia, sensibilidad. La compleja interpretación alcanza el quiebre de su emoción como en la grabación original, coge intensidad junto a su voz, que, in crescendo, anima a los músicos a llevar el estado mental desde el dolor a la impotencia y el desquicio, completándose la obra con las sensaciones del juego de luces debidamente pensado. Nos evidencia en su expresión corporal que Astudillo y Comas son sus principales cómplices en lograr la atmosfera y les reverencia.
Secadas las lágrimas, la banda da el pase al majestuoso “No hay alcohol” que nos reencuentra en la camaradería. Lo coreo con mi hermano Leo transmutando energía gris que se convierte en sonrisas y esperanza. En cancha la audiencia somos un péndulo al vaivén de las manos de Javier, y mirando hacia arriba, en la circular galería, se aprecia todavía mejor dicho espectáculo.
Otra creación reciente que debutó en el país fue “Tiranosaurius Rex” consiguiendo gran acogida y recepción, finalizando con un coro masivo y mántrico que rezaba “te pierdes lo bueno buscando el error, te pierdes lo mejor”. Vertiginoso fue el hit “Ballantines” con el que se dio el espacio de jugar con los tiempos y entremedio homenajear el legendario “Can I kick It?” de ATCQ. Un par de acapellas con barras inmortales, como las de “Vivir para contarlo” y “Rap vs racismo” nos hacen abrazar los clásicos, seguido de un aplaudido “Cantando”, a lo que Ibarra remata que podría pasarse la noche entera tirando no sólo de canciones, sino que de buenas canciones. Conoce su lugar, sabe su peso en la historia, pero llega al punto en que puede apuntarlo sin sonar a autobombo adolescente. Los hechos le respaldan, miles de personas hambrientas por más le reafirmamos tales verdades, porque estamos frente a la banda sonora de nuestras vidas resumidas en dos horas de concierto que compactan un centenar de emociones.
La experiencia del décimo aniversario de Kase.O Jazz Magnetism nos hizo volver a vivir, sacudirnos los sentires, vibrar de una manera en como difícilmente otro artista del nicho podría hacernos sentir, sin ánimos de desmerecer ni tampoco comparar. No es sólo un experto repaso de buenas canciones apoyado de talentosos músicos, es una vivencia que se escapa del lugar común, desdobla los sentidos, una exploración resultada de décadas de saber pulir y sacarle la vuelta a aquello que no quiere acomodarse únicamente en una virtud innata, que, por muy complejo que verdaderamente es hacerlo como Javier Ibarra, quedarse en ello sería lo sencillo para él, pero cruzar aquel umbral es con certeza lo que lo vuelve heroico. Kase.O se atreve a atravesar más allá de lo corpóreo, lo mental y también espiritual, asumir su misión y entender su cualidad. Planta en su andar una semilla de amor legible en su mensaje sin ir por la vida de maestro, dejándonos la misión de descifrar los códigos y aplicarlo en lo cotidiano y no únicamente correspondiéndole bajo el escenario. La plenitud del presente, de nuestro existir, de mirarnos y confirmarnos como seres vivos y sintientes, parte de una naturaleza que merece nuestro respeto, partiendo desde nuestro propio respeto. Aplicar la gratitud y observar más allá de lo que estamos viendo. Amor, paz y libertad son tres conceptos recurrentes en su concierto, los mismos que solemos utilizar frecuentemente como palabras, pero que nos abre la interrogante sobre de qué forma están presentes en nuestro diario vivir.
La noche se cierra con “Renacimiento”, porque, entiendo, es lo coherente. Un tren entre los músicos es el simpático gesto de despedida para abandonar el escenario. En sus rostros se ve que salió perfecto, tiene alegría y gratitud. Saliendo del Caupolicán, miles de personas satisfechas y en hermandad. En camarines, risas y abrazos celebrando la hazaña, además de una torta cortesía de la producción con la estampa del flyer y su justificado sold out.
Gracias Javi y Los Magnéticos, no sólo por tan impecable concierto, sino por tan especial forma de hacer, transmitir y hacernos vivir la música. Hoy he venido a decirles que me alegré de verles.