Creció en la periferia de Santiago. La forma de expresar el entorno que recuerda de su población en Huechuraba, fue tocar el piano. Hijo de padres evangélicos, el compositor de jazz y Hip Hop aprendió en la Conchalí Big Band. Además de tocar en sus bandas, hace clases a jóvenes que buscan expresar la violencia de sus contextos en sonidos armónicos. El pasado martes 9 de julio su hasta entonces proyecto más emblemático, La Brígida Orquesta, recibió el reconocimiento como “artista revelación del año” en la cuarta entrega de los Premios Pulsar. La historia de Gabriel es una entre tantas radiografías de una necesidad social que por estos días cobra más urgencia en el debate sobre lo fundamental de la inserción del arte y la cultura en la base educativa del país, principalmente en los sectores de mayor vulnerabilidad. Gabo es otra fruta más de aquella semilla plantada en tierras mal llamadas como infértiles.
Escribe Pedro Astaburuaga Coddou (@_buruaga).
Estamos en el año 2003. Gabriel Paillao y Tomás Carimoney tienen 12 años. Son compañeros de clase en el colegio Jorge Alessandri Rodríguez de la comuna de Renca, el cual está ubicado a pocas cuadras de sus respectivas casas. Ambos llegan al departamento del primero ubicado en el block A de la villa donde vivía Gabriel. Iban a hacer un trabajo escolar juntos, y ahí estaba el piano de Gabriel, un Casio CTK100 que le había regalado su mamá para navidad cinco años antes.
— ¿Tú te querí dedicar a esto?—le preguntó Tomás. Sabía que Gabriel tocaba el piano en una iglesia evangélica y que le gustaba harto. Además, hacía poco a él le habían regalado un computador y ya pensaba en estudiar algo con tecnología.
— Quiero ser músico. Me gusta tocar, me apasiona y por eso voy a la Iglesia—le respondió Gabriel.
Ahora él tiene 27 años y vive de la música. No de iglesia. Tras pasar por la Conchalí Big Band, colaboró con grandes exponentes del Hip Hop nacional, como Hordatoj y Portavoz. Durante el verano pasado recorrió Chile con Movimiento Original y la banda de Ana Tijoux, con quién actualmente colabora para la música de “La Jauría”, serie producida por Fábula —ganadora del Oscar 2018 por “Una Mujer Fantástica”— para Netflix. Hace nueve meses publicó Corte Elegante, su primer disco con La Brígida Orquesta, un grupo que mezcla rap con armonías de jazz.
Según Tomás, Gabriel “cumplió su sueño”.
“No nos regalaron nada! No nos pusimos a llorar.
Tomamos las armas que teníamos más cerca”
Sus abuelos, Francisco Paillao y Alicia Nahuelpan—de Temuco y Villarrica, respectivamente—, llegaron cuando tenían entre 18 y 20 años a Santiago en busca de una mejor situación. Tuvieron siete hijos. Omar, el menor, a los 14 se emparejó con Mariluz Ahumada, una vecina del pasaje de al lado, de 29. Tres años después, el 17 de abril de 1991, nació su hijo Gabriel.
Gabo vivió sus primeros diez años en Huechuraba, en la población El Bosque I, vecina de La Pincoya. Su casa era una mediagua de las cuatro que ocupaban el terreno. En la casa central vivían sus abuelos. En las otras dos, sus tíos con sus respectivos hijos.
Estuvo desde la sala cuna hasta tercero básico en la Escuela Padre Alberto Hurtado. Su madre lo llevaba a las 8:00 y lo iba a buscar las 17:00 horas. Cuando volvía a su casa, iba a buscar a Bernardo —su primo dos años mayor— para entretenerse. “No me dejaban salir solo afuera. Jugábamos harto dentro de la casa. Nos gustaba hacer armaduras de cartón” recuerda Gabriel tomando desayuno un lunes a mediodía. Durante el fin de semana, estuvo de gira por el sur con Movimiento Original y tuvo que trasnochar.
Omar y Mariluz, desde que nació su segundo hijo Salomón, han estado ligados a la Iglesia Evangélica “El Amor de Cristo La Verdad” en Conchalí. Las tardes de los martes, jueves y domingos iban a rezar. Gabriel asegura que “su realidad estaba dentro de la iglesia”.
Mariluz guarda una caja celeste en su casa en Quilicura que está llena de fotos: Gabriel —de no más de tres años— bañándose en una tinaja azul; vestido de huaso en un pasaje de tierra; con las rodillas semi-flectadas y haciendo como que toca una guitarra de juguete; Gabriel con gomina en el pelo, terno y corbata roja, junto a su padre y tres integrantes más de la banda de la iglesia.
Si bien el músico integró por primera vez esa banda cuando tenía 13 años, él ya tenía un teclado básico desde los 7. Su madre se lo regaló como una forma de extraerlo del contexto —que ambos coinciden en su percepción— violento que vivían en Huechuraba. Se gastó lo equivalente a un sueldo entero en comprarlo. Lo obligó por un par de años a que tocara: “Me gustaban los monitos y la tele, más que tocar” dice Paillao cuando recuerda su infancia.
— ¿Qué voy a tocar si no sé nada? —le alegaba Gabriel a su mamá, cuando le decía que estuviera una hora al día practicando.
— ¡Juega por último!— respondía Mariluz. Su hijo terminó aprendiéndose varias canciones demo que venían guardadas en el teclado.
En febrero de 2014, Cómo Asesinar A Felipes (CAF) partía de gira a Estados Unidos. Paillao estaba a cargo de los teclados de la banda hace aproximadamente un año. Lo que más impresiona a Felipe Salas —fundador de CAF y baterista de La Brígida Orquesta— fue su capacidad para adaptarse a su música, que ya era más “madura” después de cuatro discos lanzados. “Le sacó el rollo a la banda muy rápido” dice. Gabriel logró esto gracias a la influencia de Thelonious Monk, pianista estadounidense y de quién tiene una foto pegada en su pieza.
Con 22 años, era la segunda vez Paillao se subía a un avión. Sus papás lo fueron a dejar al aeropuerto. Según Felipe, él estaba nervioso, pero trataba de no demostrarlo. Una de las preocupaciones que tenía Paillao en Estados Unidos y México era el regalo que le llevaría a su sobrino —y ahijado—, el recién nacido hijo de Salomón, su hermano. Tocaron en escenarios grandes y grabaron con el bajista de Faith No More, pero el pianista —a pesar de su poca experiencia con la banda?— nunca defraudó, porque “ya tenía cancha”.
La experiencia en la Conchalí Big Band fue trascendental para su carrera. En agosto de 2007 ya vivía en Quilicura, y unos amigos que vivían a la vuelta de la Iglesia le insistieron que fuera a probar. Ellos tocaban en la agrupación que dirigía Gerhard Mornhinweg hace más de veinte años. En un principio le dijeron que no podía, porque debería haber entrado más chico, además de que tenía que estar estudiando en un colegio de Conchalí.
“Paillao! A la oficina!” le gritó el inspector del Australian College de Quilicura un día de julio de 2008. Gabriel estaba en tercero medio. El llamado fue para informarle que no podía seguir yendo a clases, por una decisión tomada por el consejo de profesores. Si bien terminó el semestre ahí porque su papá no dejó que lo expulsaran, se cambió de institución al Agustín Edwards de Conchalí.
—No existía en la sala de clases, solo estaba con audífonos y leía partituras— dice Paillao sobre su estadía en enseñanza media.
Belén Araneda, es profesora de Yoga actualmente y fue una de las pocas —si no la única— amigas de Paillao en el colegio donde hizo la segunda mitad de tercero y cuarto medio: “El compadre estaba sacando cuarto medio como un trámite más”.
No salió en la foto de curso cuando salimos de cuarto medio. Tampoco la recibió, porque para el día que nos graduamos tuvo que ir a tocar. Lo recibí yo y se lo devolví años después, una vez que lo vi junto a CAF en el Bar El Clan.
Hasta antes de entrar a la Conchalí Big Band, Gabriel no sabía leer partituras. Por eso los primeros meses fueron intensos. Llegaba del colegio a las 15.30. Ensayaba los lunes, martes y jueves. Eran cuarenta minutos de viaje. Se quedaba tocando con los otros niños. Volvía a su casa como a las 20:00 horas para tomar once. Aguantaba estudiando un poco más y dormía. Según Mornhinweg, esto hizo que se demorara menos que todos en entrar a la banda titular.
“La mayoría de sus primos han estado presos” cuenta su mamá. Dos también han muerto: Francisco murió baleado en una persecución a manos de Carabineros y José Miguel tuvo una sobredosis. Francisco fue el que llevó a la población la música de Los Chichos. Un grupo —según Paillao— muy escuchado en la cárcel. A José Miguel lo recuerda por que le gustaba el rap, en especial el chileno Hordatoj, con quién Gabriel tocaría en 2011 durante unos diez meses.
“Conocimiento compartimos, porque lo aprendimos solos”
B. es uno de los alumnos de Gabriel Paillao en la Conchalí Big Band. Tiene 16 años y está pasando a tercero medio. El colegio en que está ahora puede ser su cuarto o quinto, porque lo han expulsado antes de varios. “Era desordenado cuando llegó, pero conoció el piano y le encantó. Ahora toca en la Big Band” cuenta Paillao.
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Paillao es profesor hace siete años. Se convirtió en profesor/tutor de un grupo de niños entre 7 y 18 años, además de realizar clases particulares. Esta dinámica que tiene la escuela le gusta a Gabriel, porque hace que los alumnos después se conviertan en colegas y amigos de los profesores. En su caso, Cristián Orellana fue su primer profesor de armonía. Hoy toca el bajo en Movimiento Original por invitación suya y carretean juntos esporádicamente.
Ése es el desafío: son cabros que de donde vienen no tienen de por qué ser músicos. No son parte de una realidad que los potencie. No es algo normal. Es una hueá extraña, que se dio por casualidad. Afuera está lleno de hueones piantes y adentro del colegio hay una orquesta.
Por tener sus trabajos como músico y todo el tiempo que le gasta, no ha sido muy “responsable” cree Mornhinweg. Pasa que algunas veces no es constante y no asiste a compromisos. Aun así, ve su potencial pedagógico y cree que le iría bien poniendo una escuela de música en el sur, proyecto que tiene en mente y que le comentó una vez a su madre. Además, quien fuera el primer maestro de Paillao en Conchalí, valora su capacidad de producción: “De la cantidad de notas que tienes, eliges para darle el color preciso e hilvanar con el acorde que viene. Define un momento armónico, pero con una inestabilidad que llama la atención. Eso es lo que hace el Gabo”.
“Somos la patrulla antielistista. No nos cae bien la policía musical”
Se abren las cortinas. Aparecen los siete vientos que son parte de esta —autodenominada—“orquesta con revolución en los ojos”, formados y tomando sus trombones, clarinetes y trompetas como si fueran armas. Visten como si pertenecieran a una mafia del siglo pasado, con chaquetas y boinas. Desde un lado del escenario ingresan a un personaje con la cabeza envuelta en negro que lo hace irreconocible, pero con una banda presidencial en el pecho. Los dos “asistentes” le pegan, y lo sitúan de rodillas frente al público, con los músicos a su espalda. Tras un silencio, los vientos “acriminan” al sujeto con sus “metralletas” y éste cae al piso desplomado.
¿Cuál es la ideología de La Brígida Orquesta? ¿Por qué la mezcla del jazz y el rap?
Para mí el jazz y el rap nacen de la misma necesidad del negro afroamericano. Las mismas necesidades, carencias, el racismo. Eso allá. Aquí eso se replica en las poblaciones: el clasismo, la segregación. La música para el rapero es una necesidad humana de expresarse. Los locos como el Matiah son picao a choro, pero son super sensibles. No podí escribir una hueá así de linda si no fuerai sensible, estariai en la contru o atendiendo en el mall.
Paillao, ya posicionado con su piano rojo, empieza a cantar acompañado de Matiah Chinaski (vocalista), Tomás Alud (bajo) y Felipe Salas: “No hay apuro” es la primera canción. Así empezó el lanzamiento del primer disco de La Brígida Orquesta realizado el 7 de diciembre Teatro Oriente.
Para partir la canción “Bla bla bla” —de las últimas del show—, Paillao se posicionó al frente de la orquesta. Disfrazado de Jen Kura (uno de los personajes creados en su universo lírico) con un vestido negro hasta el piso con flores verdes y un sombrero negro que le tapaba el rostro. Elevó sus manos y moviéndolas al ritmo del compás, hizo de director. Ese personaje tal vez refleja uno de sus sueños cuando niño: una bruja que lo perseguía por los pasillos de su casa en la población.
“Nosotros creamos desde el arte precario. Creamos desde el arte periférico, un arte duro, un arte desde la falta. Porque no tuvimos otras opciones” dice Gabriel explicando que no necesita un cartón para decir que es músico profesional.
Nicolás Carrasco —Foex— ha trabajado con el compositor desde el 2012 en sus inicios en el Hip Hop. Hasta el día de hoy su discográfica Potoco Discos es quien lo asesora en temas de producción. Cree que Gabriel es el soporte musical, pero también ideológico de La Brígida Orquesta:
Su mensaje va en dirección a equilibrar la balanza, que está cargada a los que tienen plata y pueden desarrollar una carrera docta musicalmente, sepan que de una Conchalí Big Band pueden salir personas como éstas.
En la reciente edición de Pulsar, La Brígida Orquesta fue nominada en las categorías “mejor disco del año” (por Corte Elegante) y “artista revelación del año”. Se llevaron el reconocimiento como los artistas revelación que son. Gabo Paillao, el director musical, tomó la palabra, dedicando parte del reconocimiento a su mentor Gerhard Mornhinweg y el trabajo desarrollado con el arte en las juventudes desde las periferias de todo Chile. Según Mornhinweg, y mucho antes del triunfo en Pulsar, Gabriel Paillao ya está instalado en la alta escena musical del país y no duda cuando recuerda al niño que vio crecer:
Es el mejor pianista que ha salido de la Conchalí Big Band.
Actualmente La Brígida Orquesta afina instrumentos y detalles para sus conciertos de despedida a realizarse los primeros días de agosto en Santiago y Concepción, pues a fines de octubre inician su primera gira europea, donde ya han confirmado presentaciones en países como España, Suecia, Noruega, Dinamarca y Alemania.
En una sociedad donde hoy en día el éxito se mide por números, estadísticas y reproducciones, creo que, como equipo, lo más importante se hace visible en los proyectos artísticos y esto se lo quiero dedicar a todas y todos los que están haciendo arte a lo largo de Chile, sobre todo a Conchalí, a nuestro mentor Gerhard Monrnhinweg de Conchalí Big Band, más de veinte años resistiendo en el arte en la periferia. Somos hijos del arte periférico y necesitamos más arte y cultura para nuestra gente.