Confieso que también me cuesta con esta generación más millenial del Hip Hop, que de nada tienen culpa más que nacer y crecer en una sociedad en donde ya venían resueltas varias de las cosas que a los que llegamos un poco antes nos tomó tiempo y ocupación resolver. Y digo que me cuesta, porque realmente no tengo nada que reprocharles, son sólo las manías de viejo que uno carga. Y, maldita sea, te das cuenta que ahora eres tú el que habla como esos viejos lateros que uno creció viendo en las tocatas, sermoneando más que metiéndole a micro. ¿Por qué cuesta tanto? No lo sé, tal vez por no asumir que la brecha etaria no es tanta en comparación a todas las posibilidades, resoluciones, ejecuciones y desprejuicios, entre otras cosas, que nos ponen en veredas distintas: la de los que hacen y los que aún creen que puede hacerse y se baten en los intentos. Aunque, a diferencia de los más ortodoxos, mi tema no es intolerancia a los nuevos ritmos ni estéticas ni formas de mantener con vida el desarrollo de una cultura que por algo ha conseguido trascender generaciones y fronteras. Lo mío va en que simplemente no es la música que me llena esos espacios que busco llenar. No me reservo la necesidad de disfrutar todo eso que me proponga o transmita un buen hit de Drefquila si estoy donde se esté escuchando su música, porque es buenísima, obvio, pero cuando tengo que hacer mis búsquedas de contenidos que sólo encuentro en YouTube o Spotify, mis dedos teclean otros nombres, de otros terrenos, en otros contextos. Es simplemente eso, porque reconozco también que jamás entendí esas verdades incuestionables de los más puristas que buscan definir y defender una única forma de hacer una música que nació desde la mixtura, el reciclaje y también de la desobediencia de las normas. El debate es más amplio que si lo clásico o lo experimental, y da para rato, pero en esta ocasión, con esta introducción, sólo quería explicarme qué pretexto de peso tendría realmente para no compartirles y recomendarles el trabajo que viene realizando prolijamente hace un tiempo un pibe que está dando de qué hablar en nuestro hermano Uruguay, cuya historia no se diferencia en nada de experiencias que tú y yo tenemos en nuestras casas. Y no, no tengo pretexto.
Introducción por Darío Gutiérrez Ortega (a.k.a. Güissario Patiño).
Textos por Zalo Borrazás. Fotografías por Mati Jara.
Rodrigo Gularte, conocido como Gula, es un artista uruguayo que se inició en la cultura del Hip Hop en el año 2010. Integra junto a Seba Jones (Los Buenos Modales) y Simón Nasser, el trío musical La Triple T. Gula es conocido en el ambiente por ser uno de los pioneros de la nueva generación del freestyle en Uruguay. Tras un par de años compitiendo en torneos de, en 2013 fundó las Knock Out Batallas de Freestyle, una de las competencias más relevantes del país. Ha compartido escenario con algunos artistas como Toteking (España) y Apache (Venezuela). A sus 24 años es una de las nuevas promesas del Hip Hop uruguayo, contando ya en su haber con un mixtape titulado Made In y una serie audiovisual conocida como Síntesis que se puede encontrar en su canal del YouTube.
Un joven con hambre:
Un cóctel de emociones, frases que van al cuore, letras sentidas y sensibles: el despliegue de un corazón. El empuje y la voluntad de Gula se transforman en un proyecto no menos ambicioso. El artista nos invita a su vida, su casa y su cabeza. Hay una maravillosa organicidad entre fondo y forma, la dupla Gula-Dubchizza bien podría ser sinónimo de expresión y baile, respectivamente. El productor de Los Buenos Modales, se encargó de musicalizar las líricas del emecé montevideano, pero también un poco más: desde las primeras notas nos ambienta exactamente en el alma y el mood de cada historia. Las ventanas del alma de una madre, fríos desamores para enfriar el ron, la inquietud de las invariables agujas del reloj, o disfrutar de los avatares de la vida.
Calidez y energía positiva, nos atrapa y nos contagia durante los 45 minutos que dura el viaje de Un Joven Con Hambre. Una canción se desliza hacia otra con una suavidad intrínseca casi palpable. Llenar de colores esta pintura, hasta parece que cada estrofa es un nuevo brochazo en la explosiva y colorida obra, que esconde implícitos -y manifiestos – homenajes a las mujeres.
Se puede bailar, claro. Lo que no se puede hacer, es evitar que algún estribillo o puente se te quede en la cabeza el resto del día. Melódico. Sí. Los más acérrimos defensores del rap ortodoxo quizás frunzan el ceño. Las melodías y las cadencias pausadas no sólo son el recurso predilecto, sino ya una estampa personal del flow Gularte, y quien sigue a la escena americana de los últimos años encontrará que hasta los más respetados, y las nuevas hornadas tienen también esta relación amistosa por el canto. Y si en Las Meninas aparecía hasta Velázquez, acá no faltó nadie: Seba Jones: el ingrediente secreto de Los Buenos Modales para los que querían moverse. La voz fémina por definición, Eli Almic, aportando un nuevo color a este crisol melódico convertido en disco. ¿La noche es divertida? Arquero es ese amigo que llega en el momento justo para doblar la apuesta, nunca defrauda con sus barras mordaces y métricas en punto -y a punto. Santi Mostaffá: con esa facilidad de hacer hermoso con palabras lo que muchos pensamos, esta vez en una canción que va mirando hacia atrás y con la mira adelante. Gavo y Milanss también dicen presente, en una canción bien personal, y un baño de realidad, respectivamente. Un disco de fácil replay, con historias y ambientes, baile y amor, verdades y desengaños, en fin, canciones como la vida misma.